Hoy ha llovido del cielo y de mis ojos
y nos han acompañado en el llanto cordeles,
líneas de teléfono, aleros de techos,
las hojas y las ramas de árboles disecados.
También ha hecho frío, y yo me he contagiado,
y me han acompañado moscas, pájaros,
temblores de dientes, frazadas y silencios;
aún en la cama, cuando decidí dormirme.
Ya despierto, los colores tenues de mi cuarto
se han tiznado de la nostalgia y lo nublado,
y están tan fríos como yo y tristes como el viento,
que pasa silbando detrás de mi ventana.
Quise llamarte y retener tu calido bostezo,
pero la operadora ha dicho que no hay línea,
que disculpe las molestias, que es el tiempo;
y yo he ido a refugiarme en tus recuerdos.
Pero ya no estabas. No estaba tu risa saltarina,
tampoco los placeres del dorso de tu oreja,
no estaban tus rodillas ni tus calidas axilas.
Nada tuyo había en mi día llovido y congelado.
Pensé en calentarme quemando tus cartas,
imaginarme tus labios secando mis lágrimas;
pero ni siquiera tus nudillos han venido
a perderse entre los hilos viejos de mi cabello
Estaba tan solo y no pensaba en rendirme.
Estaban mis moscas y las lágrimas del cielo,
y yo todavía seguí dibujando tu nombre
en la ventana humedecida por mi aliento.
Dibujando tu nombre,
dibujando tu nombre,
dibujando tu nombre.
Aún cuando tu ya no estabas,
aun nuestra estrella seguía brillando,
(poco, muy poco, pero brillando)
en un cielo plomo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario