lunes, diciembre 03, 2007

Imágenes del absurdo

Íngrid y los demás ocuparán un lugar en el martirologio del absurdo de hoy.

La imagen de Íngrid Betancourt en su secuestro evoca las láminas de ciertas damas del romanticismo decadente atormentadas por un amor imposible. Una joven viuda reciente, tal vez. El medio perfil, la palidez, los cabellos sobre el hombro flaco, y el rosario, traslucen el destrozo del alma. Se podría decir que Íngrid está más bella que nunca ahí sentada en un taburete precario delante de una tabla, como una estampa ejemplar de la sensibilidad romántica. Si no fuera la expresión del dolor de una mujer de carne y hueso, humillada, en una resignación sin nombre. Y de una realidad reducida a absurdo. En nombre de un idealismo absurdo.

En las láminas la musa romántica suele tener un fondo de camelias o de rosas y una casa inglesa entre magnolios que consuelan su desgracia. Íngrid está enmarcada por la selva más áspera del mundo. Y su actitud deja saber que detrás de ella no hay casa ni rosas ni magnolios sino un abismo insalvable. El absurdo de la naturaleza cruda. Y delante de ella nada propio, nada más de lo que le dicte la voluntad de un loco aterrado, además, como ella. Y absurdo.

Todo es absurdo. Si todo es absurdo es posible creer que el sufrimiento de Íngrid y sus compañeros, el gringo que hace el testamento con absurdo sentido práctico, el político cabizbajo escarbando la tierra con el zapato, el soldado que escribe telenovelas sostenido en lo absurdo por el amor, redimen el error desconocido todavía y monstruoso en su enormidad de una nación extraviada, dedicada a construir un infierno minucioso para sí misma desde cuando la fundaron. Por un absurdo. Es absurdo, además, el cinismo de llamar semejantes muestras de agonías pruebas de supervivencia. Es lo que puede forzar la semántica cuando se tuerce el sentido de las cosas y se envilecen las razones del heroísmo. Convertido en absurdo.

Es absurdo, cómo no, en el ambiente absurdo, el alboroto del orgullo herido. Las quejas de Chávez y Córdoba desvinculados del negocio bárbaro de cambiar cuerpos, lo que el absurdo llama acuerdo humanitario. Y las protestas de los funcionarios y el Gobierno y los generales y nosotros los demás todos. Y son absurdas para completar el absurdo las congojas remotas de los comandantes ante la imposibilidad de producir otras muestras de su caridad revolucionaria por culpa de los bombardeos de la aviación y de las presiones del Estado. Todo deja la impresión absurda de una disputa de carroñeros vestidos de motivos por el despojo de unas almas desnudas que languidecen en las cárceles de hojas de una horda justificada en un optimismo cancelado. Y absurdo. Inconsciente, y absurda en su persistencia en el servicio de un fracaso, y en la falta de grandeza para reconocer la frustración de su tarea bienhechora. Ya que carece de futuro.

Las degradaciones de la lucha por el poder suelen conducir a estos callejones sin salida sin esperanza, donde todo desespera. Las piedras. Y la inteligencia. Y las imágenes. Ningún proyecto político puede ser justo ni deseable si hace absurda la racionalidad. Y si reduce al ser humano al absurdo con ese rencor metódico y demente.

Las izquierdas guerrilleras, conducidas a estas condiciones depravadas, a las fronteras del delirio y el desorden interior, harían mejor recurriendo a la nobleza de espíritu, si queda, o a la imaginación, si falta, para aceptar la frustración universal de los ideales de la anacrónica y sombría dialéctica del odio; para administrar la derrota, el naufragio de sus dogmas de hierro que resecan la sensibilidad y amargan el corazón de la vida y no resuelven nada para la historia. Y convierten tantas veces a sus fieles en torturadores de la humanidad entera, avergonzándola y rebajándola.

Sin duda, esa mujer y esos hombres de los videos pasarán a ocupar con todo derecho un lugar en la crónica del martirologio del absurdo contemporáneo. Y una página de barbarie en la historia de infamias de las ideas políticas en Colombia. E.E.

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