“Ahora que estás en la cuna,
mi pequeño,
pequeño compañero de la base.
Indefenso,
asombrado,
sorprendido,
asustado milagro de mi sangre.
Pero un día serás ya todo un hombre,
es decir, llegarás a niño grande.
Y quiero hacerte un ruego para entonces
en nombre del pueblito de aves.
Las manos de los hombres fueron hechas
para abrazar mujeres en la tarde.
Para pulir el barro, para el surco,
para pintar cuadernos con imágenes;
para reconocer a los amigos
para ayudar al ciego allá en la calle.
De la naturaleza y de la vida,
los ojos son los hechos más brillantes.
No es bueno que los ojos y las manos
se apliquen en asuntos que te amarguen.
No es bueno que se extienda tu estatura
con los hilos de caucho en tus falanges.
La cauchera es traición.
Es alevosa,
tiene el sigilo de los criminales.
Es una bomba atómica lanzada
sobre los Hiroshimas de los árboles.
Hiroshima,
hijo mío,
una lejana ciudad donde murieron muchas madres,
por culpa de unos odios y una guerra
con muerte en cantidades industriales.
Los nidos son las cunas de unos niños
más pequeños que tú y tus amistades;
y el papá de esos niños,
más chiquito,
y más desprotegido que tu padre.
Vinimos a este mundo para el trigo,
para aplaudir al trino y los arcángeles;
para buscar el alma en las palabras,
y para defender al que no sabe.
Nunca pongas los ojos ni las manos
en cosas que no sean muy amables.
No son para la muerte,
ni la herida,
son para trabajar y enamorarse.
Por eso es por lo que te hago este ruego,
no quiero prohibirte ni alegarte.
Pero sabrás,
espero,
conducirte
en paz contigo mismo y con las aves”.
ANTONIO MEJÍA GUTIERREZ (Q.E.P.D.)
Paz en tu tumba Toñito y gracias por los ratos compartidos
“Palabras al hijo para que no use cauchera”, con el que compartió el primer premio de un concurso de poesía convocado por la Universidad de Caldas, es su libro más importante, el de más contenido estético y en el que su alma de poeta sale a flor de piel. El poema que le da nombre al libro es uno de los que merecen figurar en todas las antologías de poesía colombiana:
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